Nos hace falta voltear al cielo, ver las nubes y encontrar zoológicos. Que escurran hilos espesos de helado por nuestras manos. Encontrar restos de confeti en nuestro cuerpo cuando nos bañamos después de una fiesta, rasparnos los codos por agarrar más dulces de la piñata y ponernos curitas con dinosaurios en ellos.
Tomar Frutsi al revés, ver Tom y Jerry, salir a jugar antes de que se haga de noche. Pintarnos la lengua de azul, rojo y rosa con caramelos y algodón de azúcar, pagar $1 por un sobre de estampitas sin pegamento, pagar otro por tomar un chicle y obtener con un número aquél tatuaje de agua en la planilla. Tejer panzas de víbora con cuatro hilos de plástico unidos, jugar picotazos con trompos Supernova.
Jugar cebollitas y ser intolerante a la cebolla, alérgico a las maestras feas, hacerle guácala al aceite de bacalao y curarnos con Desenfriolito y Cevalín. Odiar por cierto, los trapitos mojados en el estómago si nos de temperatura. Quitarnos las costras, sacar la lengua y decir fuchi.
Celebrar la empatía diciendo ¡son noovios, son noovios! Unirnos de por vida en una kermés. Hacerle de mamá y papá con niños de plástico o felpa y que nos den asco los besos de parejas en el parque. Sentir que la única responsabilidad que tenemos es ponernos el uniforme por la mañana.
Ser un químico a la Mi alegría, sin iones, cationes, ni balanceos al tanteo. Un matemático de ábaco. Hacer planas de caligrafía, sacar 9 si coloreamos fuera de la línea. Confundirnos con las eses y las ces, las íes y las i griegas.
Ser más libres, más sucios, más simples. Saber que la vida es sólo una oración de sujeto, verbo y predicado a colores.
¡Tururú!- Próxima estación: El metro. 6:40 a.m. Largas filas desde la entrada, una vez adentro suben y bajan oleadas de gente, prueba de que en esta ciudad somos millones. Como los caminos que hacen las hormigas y las corrientes que siguen los peces, todo tiene un delicado equilibrio y un flujo constante. El descanso de la multitud en un sitio se llama tumulto, riña o vendimia. Alterar este orden esarriesgarse al caos.
Después de seguir el cause social que abandona las colas de la taquilla están los vagones que huelen a vida en movimiento, en la Merced a cebolla y cilantro, en otras estaciones a mantequilla olorosa de biscochos, vapores humanos, a selva eléctrica y motorizada, a sociedad. Dentro de éstos las condiciones atmosféricas y sonoras son justo las adecuadas para la siesta, sonidos cálidos y murmullos más un vaivén, recrean el arrullo materno, imposible no dormir ante tales circunstancias.
Buscando de dónde asirse, el tacto tibio de los tubos de metal, a los que se les nota hasta la más pequeña huella digital, revelan que empuñar uno es llevarse la historia dactilar de miles de pasajeros. Tropiezos, estrujos... si se va sentado; medio se sueña, medio se despierta cada tanto para verificar la estación. Todos se miran aunque no a los ojos, son cómplices de la aventura, participan en sesiones de lectura colectivas, se enteran de conversaciones privadas, de chismes y planes con tan sólo poner atención a un encuentro que genere diálogo:
--Hola señora, ¿Cómo está?
--Bien hijo, ¿y el señor Rafael?
--Le dieron 70 años…
--¿Está en el norte?
--No, en el poniente
--¿Y cómo fue eso?
--Doble homicidio; el güeyque le debía y otro chavo.
La mujer, curiosa y sorprendida, decide cambiar el tema. ¿De dónde conocía al joven? ¿Cuáles fueron las circunstancias por las que coincidieron en ese vagón? Preguntas sin respuestas. El tiempo y lugar precisos para encontrarse dejan entrever que la ciudad guarda sus propios secretos y que le agrada entrelazar relatos, además de dar a los usuarios oportunidades para llenar huecos en las historias que día a día se pierden con el anonimato del recorrido, quizás los personajes no tengan nombre, pero existen dentro de una trama.
Son las 7:08 de la mañana y viajar en metro es asistir a una pasarela ambulante.“Si la gente no va a comprar, la venta va hasta su lugar”, tanto, que se podría hacer una compilación de souvenirs por cada línea; dulces, calendarios con la virgen de Guadalupe, sopas de letras y acertijos, lamparitas de halógeno, bolígrafos, libros “ABC”y manuales para la ortografía. Quien vende comparte el tiempo y espacio hasta que aparece el estruendo provocado por un amplificador: Un hombre robusto grita a todo volumen.- ¡Sí mire, se va a llevar disco mp3, va calado, va garantizado!
Mientras tanto es la ley de la selva, la lucha por el aire, la defensa de las pertenencias. Donde caben dos caben 10, es por ello que conviene ser un buitre del espacio: Cuando se desocupa un asiento, las miradas encarnizadas lo acaparan como si fuera un presa, hasta que la ley del más hábil, de la buena anciana con bolsas o la mujer embarazada ganan el sitio disponible, todos los demás regresan a mirar en círculos.
Los tacones conviven con botas manchadas de cemento, tenis rotos o de marcas reconocidas y pies descalzos. Es también un ejercicio para la caridad. Se observan ciegos cantando entonadamente, niñas de ocho años con sus hermanos lactantes en rebozos, todos ellos piden lo mismo apelando de raíz al mismo discurso.
Casi una hora, son las 7:39 y la salida siempre es tan fortuita como la entrada, no basta mencionar que el sauna y la presión cambian el cuerpo de contornos, tampoco que cada estación es un encuentro con la ciudad misma, con su color y sabor, donde millones son convidados del mismo banquete, experiencia cual destino no es un sitio, sino ser testigos para los otros, tener unprueba viviente sobre la existencia de la otredad.
Olvidarte se convirtió en el encabezado de mis prioridades. Hice una lista inmensa en cuyo primer inciso resalté tu nombre en letras mayúsculas. Puntualizo, siempre me he distinguido por poseer un perfil obsesivo compulsivo, y después de tu adiós, lo único que parecía sincero era poner todo mi empeño en “ocuparme”.
Estabas justo antes de lavar los trastes, pintar un cuadro y cambiar el color del departamento, entre millones de acciones más. Miré fijamente el papel y formulé la penosa pregunta; ¿Cómo chingados voy a olvidarte?
Sin manuales para ello, me propuse deshacerme de cualquier rastro tuyo: las fotos, tu camisa, películas, todo. Intenté seguir cada uno de los clichés de rupturas en las comedias románticas. Salí a numerosas borracheras, me consolé con chocolates, busqué a un amigo, estuve sola, acompañada, viajé y también imprimí a la situación mi toque personal. Compuse el auto, regué las plantas, cambié el color del departamento, pinté un cuadro y lavé los trastes...Realicé, así, todas aquellas cosas de la lista menos la primera.
En el fondo, desde un principio, tuve la respuesta para borrarte; sin embargo, era más cómodo glorificar los actos pequeños y más agradables que formaban los otros puntos en la jerarquía de prioridades. Repasar la historia del porqué ya no estamos juntos una y otra vez, en síntesis; tratar de evadir lo inevitable, comprender que ya no estabas. Decidí cambiarte el nombre, de sujeto a procrastinación.
Trascurrió un año. Conté sílabas y fotografié las sombras del polvo, visité a la tía Marta. Me ocupé en nada. Me convencí de todo. Procrastinándome en la procrastinación que no termina. Dudé, incluso, si debí poner o no la dedicatoria en este texto: ¿el nombre completo o la inicial? Procrastinar es ponerlo de todas maneras. Es no matar mi tiempo ni vivirlo, sólo dejarlo en coma.
